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Pelicortos


 pelicorto, ta.
 (Del lat. pilus curtus, pelo corto)
1. m. Dícese de aquel individuo cuyo cabello presenta escasa longitud.
2. m. Fan del heavy metal que por motivos de estética, para ser más moderno o porque así mola más, se ha cortado la melena o no ha llegado a dejársela crecer.


 Pelicorto no es sencillamente, como cabría suponer, una persona con el pelo corto. Tampoco quienes tengan el pelo largo se escapan de ser englobados bajo tal nombre; muchos seres de luengas melenas son también pelicortos. Pelicorto no es quien se cortó el pelo por motivos laborales sin por ello poner fin a su actividad musical. No lo es el rapado que no se pierde un solo grupo old school en concierto, ni tampoco el individuo con pinta de normal que posee una vasta y selectiva colección de vinilos, cintas y/o cedés atesorados en su domicilio y escuchados incontables veces. En realidad, a pesar de lo afirmado en la definición que abre este artículo, ser o no pelicorto no es un asunto capilar: es cuestión de mentalidad.

 Llamaremos pelicortos a los que se han despojado del elemento más importante que identifica a un aficionado al metal: la autenticidad. Ésta puede ser visible, como es el caso del pelo, o no tanto. Muchas veces incluso adopta rasgos sutiles, impenetrables para muchos: la diferencia entre un parche de Wolves in the Throne Room y otro de Demoncy, entre una camiseta nueva de Amon Amarth o Liturgy y otra roñosa de Autopsy o Sodom, entre el que compra los discos que más le gustan y el que no ha pagado jamás por un cedé. A simple vista no siempre puede distinguirse al pelicorto, pero en caso de duda basta que pronuncie un par de frases para mostrarse a la luz en todo su esplendor. A veces éste se camufla por métodos arteros, puede llevar las camisetas más underground, poseer colecciones con centenares de álbumes, recorrerse anualmente la mitad de los festivales europeos… Aun así podemos cazarlo de una forma muy sencilla: comprobando si todo cuanto hace tiene por objeto principal ser guay, figurar, ser el más duro de la pandilla o de la escena; si para todo ello la música es solamente un medio, un accesorio adoptado externamente para servir a dichos fines.

 Los pelicortos no son malos en sí, sus equivalentes abundan en cualquier escena. Muchas veces se trata de personas corrientes que buscan destacar, como cualquier adolescente. Toda corriente musical ha tenido quien se la apropie, por medios musicales o no, para reivindicar una egolatría sin límites. El problema llega cuando esos pelicortos, siendo o no mayoría, imponen a la música sus criterios de culto al yo, convirtiéndola en un escaparate de egos exacerbados que ineludiblemente tira por tierra el nivel de calidad musical, porque suplantan autenticidad e intensidad por efectismo, virguería y una falsa apertura mental, que llevan a hacer música extravagante, llamativa, accesible y heterogénea a un tiempo a nivel del mínimo denominador común: pop autoglorificante disfrazado de metal. Asombra la cantidad de grupos que responden a estas características, generalmente de nueva hornada, y cuyos nombres aparecen entremezclados con los demás en carteles de festivales, mensajes de foros y reseñas en páginas web. A menudo suelen tener éxito, al menos inicialmente, porque apuntan a un público más amplio, más ignorante y con menos exigencias. Lo que no asombra es que generalmente esos grupos de pelicortos tengan una audiencia compuesta principalmente por otros pelicortos, mientras los que no lo son se quedan con los clásicos, o con los grupos nuevos que suenen como los de antes.

 En otras latitudes los llaman hipsters, en otro tiempo, se denominaban posers. Nosotros los apodamos pelicortos, porque usar palabras prestadas no es tan divertido como acuñar neologismos. El apelativo ni siquiera desentona para los que luzcan frondosas melenas dignas de una Sailor Moon, bien es sabido que a la primera de cambio, en cuanto varíe la moda o cambien ellos de moda, pasarán por el peluquero. Un headbanger o metalero de verdad siempre será identificable, aunque su cráneo refleje la luz de los focos, y a nadie se le ocurriría meterlo en el mismo saco. Pero más allá de cuestiones capilares, lo importante es no dejar que los pelicortos se adueñen de la escena, como ha ocurrido en ocasiones; el metal es demasiado valioso como para permitir que se pervierta por completo. Que catálogos y festivales de metal se nutran exclusivamente de grupos indies sería una catástrofe sin precedentes. La historia entera del metal y sus sucesivas metamorfosis pueden resumirse en un rechazo reiterado a la asimilación que fagocitó todo cuanto se había hecho antes. El final llegará cuando permitamos, indiferentes o exhaustos, que el género termine de convertirse en otra de las innúmeras tribunas del narcisismo moderno. Si hay que elegir, sin duda es preferible caer en la repetición que convertirse en una parodia de sí mismo.

 ¿No te agrada lo que has leído? ¿Te parece cerrado de mente, elitista, sectario? Tal vez te hayas equivocado de estilo musical, es muy probable que este no te haga destacar socialmente. Procura no ofenderte, pero no se te echará de menos. El teatro para otros, a nosotros nos basta con la música.


Belisario, diciembre de 2011





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