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LA MADUREZ DEL METAL


Rotting Christ (2013)


 Tras leer una reciente entrevista a Sakis Tolis de Rotting Christ en la revista Iron Fist (#4 abril/mayo de 2013), no he podido evitar acabar reflexionando acerca de todo lo que el cantante, guitarrista y frontman de la mítica formación griega evocaba en sus respuestas. En ellas desgranaba, entre otras cosas, detalles sobre el proceso creativo, la percepción de su propia carrera musical y los problemas socioeconómicos que atraviesa su país, todo lo cual puede resumirse quizá en una sola palabra: madurez. Lejos ya de sus (suponemos) entusiastas inicios, Sakis hablaba con la serenidad y la claridad que otorgan los muchos años de actividad a sus espaldas. No había amargura ni remordimiento en sus palabras; por supuesto la entrevista está lejos del tono juvenil de quien acaba de llegar con fuerza y ganas de comerse el mundo, pero tampoco refleja la conversación fatigada y estéril del viejo que está de vuelta de todo. Se podría decir que, de alguna forma misteriosa, el artista ha encontrado un complejo equilibrio que le permite ser consciente de todo lo que ha conseguido en sus más de veinte años de actividad, y al mismo tiempo ser capaz de crear música como si volviera a empezar desde el principio.

 Eso es al menos lo que se desprende de su última aportación con Thou Art Lord, The Regal Pulse of Lucifer, un disco con el que el supergrupo heleno recupera su sonido original haciendo acopio de todo su acervo musical para crear con ello algo nuevo, distinto y familiar a un tiempo. Por su parte, Rotting Christ es, junto con Vader o Gorgoroth, uno de esos grupos veteranos que han seguido una línea ininterrumpida y más o menos coherente a lo largo del tiempo. Desde que empezaron a adoptar influencias góticas en la época del A Dead Poem, para regresar al black metal unos años después con Sanctus Diavolos, no han dejado de producir música que tantea con curiosidad otros terrenos, pero sin plantear una ruptura en toda regla con su estilo anterior, como sí hicieron otros dinosaurios del metal extremo (Behemoth, Enslaved, Therion), con resultados más o menos mediocres. En opinión de quien suscribe, la discografía de Rotting Christ, sin ser endeble ni errática, no responde al esquema ideal de perfeccionamiento continuo que muy pocos han sabido alcanzar (pienso en Graveland, Primordial o Master), pero hace pensar que el grupo conserva la capacidad volver a crear algo grande cuando las circunstancias vuelvan a ser favorables. Este no ha sido el caso, a mi modo de ver, del último disco de Rotting Christ, Kata ton Daimona Eaytoy, pero The Regal Pulse of Lucifer sí es un buen acercamiento.

 Todo lo dicho anteriormente me hizo pensar en la importancia de la madurez en el metal actual. El heavy metal es un estilo que tiene más de cuarenta años, y aunque los propios iniciadores del género, Black Sabbath, hayan vuelto recientemente a sacar disco haciendo gala de una sorprendente vitalidad, se trata de un lenguaje musical tan viejo como diversificado, por lo que crear algo realmente nuevo dentro de ese marco es tarea harto complicada. El black y death metal, hasta hace no mucho corrientes subterráneas, han superado las dos décadas de existencia, y sus creadores el doble, lo que hace que podamos hablar de géneros mayoritariamente maduros. No es fácil hacer un disco original de death o black metal en nuestros días, porque no es posible obviar toda la tradición acumulada en ambos estilos. Toda nueva propuesta debe dialogar con el acervo asentado, entablar con él una relación de igual a igual y no limitarse a la mera imitación o repetición si quiere ser tomada en serio. Quizá por eso los grupos y músicos más jóvenes por lo general se estrellan una y otra vez confeccionando imitaciones que en los mejores casos parecen tributos y en los peores, parodias, y los mejores discos de los últimos quince años han llegado casi exclusivamente de grupos o músicos ya asentados, con la suficiente perspectiva y conocimiento como para poder aportar un nuevo enfoque sin verse en la necesidad de tener que inventar la rueda.

 No se puede pretender a estas alturas que el death o el black metal sorprendan al mundo, remuevan sus pesadillas más temidas o entusiasmen de por vida a toda una generación de fanáticos, como ocurrió a finales de los años ochenta, no al menos de la misma forma en que sucedió entonces, porque aquello fue cosa de una época y un contexto determinados que ya no volverán. De la misma manera, el espíritu juvenil rebelde de los inicios tampoco puede volver a repetirse, porque estamos en gran medida ante géneros adultos llenos de grupos y músicos que también son adultos. El desafío actual es seguir haciendo música que inspire y llene de una forma similar a la que caracterizó a los primeros grupos de black y death metal, y eso sólo puede hacerse volviendo a interpretar con erudición y sutileza los materiales estilísticos de aquel entonces para crear música que pueda escucharse y tenga sentido ahora. Desde finales de la década pasada cada vez son más numerosos los retornos al estilo antiguo, con un poco de suerte, con más criterio que nostalgia vintage, y proliferan grupos nuevos integrados por viejos músicos que también reviven el sonido old school (Hooded Menace, Disma, Vallenfyre, Triptykon).

 No se trata de clonar burdamente el pasado: las obsesiones y los valores a los que remite el metal no han dejado de existir, sólo se han transformado, por lo general parcialmente, y lo que se espera de un grupo no es que reinvente o “salve” un género, por usar términos propios de las revistas y los sellos más grandes, sino que con cada nuevo disco entregue una versión más pura, más lograda y más potente de su propia esencia. Así es el metal. Tras quince años de silencio, un buen día algún grupo puede renacer de sus cenizas y volver con un discazo bajo el brazo (Asphyx con Death... The Brutal Way, Beherit con Engram, Ungod con Cloaked in Eternal Darkness) como si jamás se hubiera marchado. De la misma forma, otro grupo que lleve lustros ahondando en una trayectoria errática puede redimirse con un nuevo álbum al estilo antiguo cuando ya pocos lo esperaban, como le sucedió a Slayer con World Painted Blood; no en vano, los creadores de ese disco fueron los mismos que compusieron Reign in Blood y South of Heaven. De lo que se trata en el fondo es de evitar tanto la redundancia como el recurso fácil a la fusión con tecno, pop o rock convencionales, o con cualquier otro tipo de música abordada superficialmente en forma de “matices” o “elementos” importados. La inspiración hay que buscarla, echando la vista atrás, en el propio metal de las décadas anteriores, para conseguir encontrar, con mucho trabajo y dedicación, una voz propia que encaje en la historia del género en su conjunto. Esto es lo que hace que grupos como Reverend Bizarre, Necros Christos o Mgła resulten brillantes a pesar de no haber inventado absolutamente nada nuevo.

 Volviendo al tema con el que iniciamos este texto, Sakis Tolis es un perfecto ejemplo de madurez en el metal. El mismo músico ha publicado este mismo año dos discos con dos grupos diferentes: el de Rotting Christ es, como su predecesor, Aealo, una aplicación de las técnicas habituales del grupo a un estilo de metal moderno vagamente étnico que se pierde en la profusión de detalles hasta resultar excesivamente disperso, no es espantosamente malo, pero tampoco destaca; el de Thou Art Lord, por su parte, consigue condensar las esencias que hicieron del black metal griego un subgénero brillante y característico en temas que suenan a nuevo y tienen su propia identidad, sin duda, un álbum memorable. Podría argumentarse que es la presencia de los demás músicos de renombre que componen la formación actual de Thou Art Lord lo que explica esta gran divergencia, pero personalmente creo que es más bien una cuestión de dirección. Con Rotting Christ, el veterano Sakis se adentra desde hace años en nuevos terrenos con la voluntad implícita de intentar innovar, mientras que Thou Art Lord tiene el visible propósito de hacer la música de siempre, y hacerla bien.

 La línea que separa un disco nuevo al estilo clásico de otro repetitivo es muy fina, lo admito, pero desde mi punto de vista la diferencia estriba en la cantidad de trabajo y empeño que uno pone en él, en si está pensado para pagar facturas o justificar una gira o si se graba para que dentro de veinte años haya gente que lo siga escuchando. Estas son las dos caras de la madurez de un género en el que casi todo está ya inventado, pero que puede seguir dando de sí tanto como quieran quienes militan en él. Pueden existir incluso en una misma persona, un músico a todas luces sobresaliente, lúcido y de gran talento, cuya capacidad no siempre se manifiesta al cien por cien, pero permanece intacta y vuelve a dejarse ver en cuanto la ocasión es propicia. Madurez puede significar haber adoptado la música como profesión, editar cada pocos años un nuevo disco “de oficio” y vivir de las rentas. También puede significar revivir el espíritu que le hizo a uno optar por una forma concreta de expresión artística por encima de todas las demás, depurar su arte con todo el empeño de que uno es capaz y crear una nueva obra que aguante la comparación con todas las anteriores y al mismo tiempo resulte inspiradora y disfrutable por sí misma. No todos los músicos son capaces de lograr esto último, y los que lo han hecho alguna vez no suelen volver a repetirlo pasada su época de esplendor inicial, pero la posibilidad de que vuelvan a conseguirlo es motivo suficiente para seguir atento a este estilo de música por muchos años que pasen.


Belisario, julio de 2013





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