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NOVIEMBRE DE 2016 - DISCO DEL MES:
ZEALOTRY - THE LAST WITNESS (2016)


 Ahora que se acerca el final de año, es momento de echar la vista atrás con cierto margen de perspectiva y revisar los títulos de los últimos meses a los que uno quizá no prestó la atención debida. Uno de ellos es The Last Witness, el segundo álbum de Zealotry, un grupo de músicos relativamente jóvenes capitaneado por el guitarrista y vocalista R. Temin, radicado en Boston, Massachusetts, que ya sorprendieron con la irrupción de su primer disco hace tres años. Como los también juveniles Chthe'ilist, con quienes tienen un miembro en común, Zealotry reivindica a dos de los grupos de death metal más extraños y heterogéneos de los primeros tiempos, como son Demilich y Timeghoul, para esbozar un metal pausado y disonante que inquieta e hipnotiza. A diferencia de Chthe'ilist, que este mismo año sacó una opera prima, Le dernier crépuscule, en la que las influencias sin desbastar resultan demasiado evidentes, Zealotry tiene más camino recorrido y presenta una versión más organizada y compacta, aunque también más reducida y simplificada, de su sugerente primera presentación, The Charnel Expanse. The Last Witness es un viaje por una dimensión marchita y sombría que, como la desnudez del espacio exterior, fascina tanto como sobrecoge.


Zealotry - The Last Witness (Lavadome Productions, 2016)


 El death metal áspero y discordante de Zealotry hace pensar en una fusión a partes iguales de Demilich y, en menor medida, Timeghoul (en las formas) e Incantation (en las estructuras), con algunos toques de Gorguts en sus rasgos más técnicos. Las canciones suelen tener ritmos más bien sosegados o a medio tiempo, y están articuladas en torno a pasajes y riffs recurrentes, atravesados regularmente por algún solo furtivo. Hay inclusiones de teclados ocasionales, sonidos de campanas y lo que parecen ser coros apocalípticos que realzan mucho el dramatismo de la música, aunque también se abusa un poco de las cuerdas de guitarra acústica como recurso sencillo para construir un tema desde la base o introducir un interludio. Hay una mejora notable de la producción con respecto a su primer trabajo, que se agradece especialmente en el sonido de las guitarras y el bajo, a pesar de que en este último punto se haya perdido un poco tras la partida de su anterior y excelente bajista, J. Demakis. La voz no es muy espectacular, pero pega a la perfección con la música, y de fondo se escuchan los extrañísimos coros de P. Tougas, el jovencísimo segundo guitarrista quebequés que también lleva las riendas de Chthe'ilist casi en solitario. Como es el caso de todas sus influencias, no encontramos aquí ni rastro de melodías al uso, pero sí numerosos solos que dan entidad a un conjunto a menudo un tanto monolítico e indistinto. Se consigue crear un ambiente denso y sofocante, mas al precio de que varias de las canciones sean excesivamente largas y pudieran haberse resuelto mejor con mayor brevedad o dinamismo. En el caso del sexto corte, “Yliaster”, un tema que empieza con un riff muy potente acaba desgastándose a lo largo de seis minutos debido a la recurrencia constante del mismo motivo, por no hablar de la última pista, “Silence”, donde quizá sea más patente la duración excesiva y la entropía resultante. Parece existir cierta similitud de intenciones con un proyecto como Desecresy, sin embargo Zealotry, además de ser un poco más convencional, no parece haber desentrañado aún el arte sutil del minimalismo bien aplicado. El defecto principal de The Last Witness son sus rodeos excesivos, será preciso filtrar mucho más para depurar la esencia y obtener su mejor versión.




 Este disco es pues menos espectacular que el primero, que pese a sus fragilidades entusiasmó por la profusión de ideas plasmadas y la frescura a la hora de emplear técnicas antiguas con un nuevo aire. A cambio, también está más centrado, ciñéndose conscientemente a los fundamentos de su fórmula, una sucesión de secuencias de riffs con trémolo, y a una ejecución más técnica de la misma. El resultado son canciones bien construidas, sin flecos sueltos, pero un tanto descoloridas y menos distinguibles entre sí de lo deseable. Según apuntó una reseña clarividente poco después de su publicación, The Last Witness sería comparable al Schizophrenia de Sepultura, en el sentido de que fue el título menos brillante de la etapa clásica de los brasileños pero también el vínculo indispensable entre el death metal básico de sus comienzos (Morbid Visions) y su posterior speed metal refinado (Beneath the Remains). Cierto es que el símil es muy arriesgado, teniendo en cuenta que presagia un soberbio tercer disco de Zealotry del que aún no existe idea ni boceto, pero sirve para describir el álbum como una etapa intermedia de transformación con claras limitaciones formales pero un gran potencial de síntesis que, en el caso de los bostonianos, podría suponer el comienzo de un estilo propio realmente distintivo, en el que el gusto por lo inusual y la inventiva a efectos estructurales se impongan sobre una tendencia meramente atmosférica que ya empieza a estar demasiado vista (el ejemplo más reciente podría ser lo nuevo de Krypts). Pese a todo lo dicho, la escucha merece la pena: los temas envuelven y seducen, tienen fuerza propia y suficiente personalidad a pesar de que sus fuentes sean identificables y, lo más importante, constituyen un conjunto en el que temática, forma y espíritu están sólidamente entrelazados en una misma entidad natural. El hecho de que hayan optado por un sello checo más bien discreto, Lavadome Productions, en lugar de lanzarse a los pies de Dark Descent, como habría sido previsible, puede ser una prueba de su independencia y determinación. El grupo podrá estar aún lejos de la perfección, pero no deja de ser una de las nuevas voces más relevantes del death metal contemporáneo.


Belisario, noviembre de 2016





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