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MARZO DE 2015 - DISCO DEL MES:
ADRAMELCH - IRAE MELANOX (1988)


 Este mes quiero hacer algo doblemente inusual. Por un lado, el objeto de mi atención no es un disco de black, death o doom metal como sería esperable, sino que pertenece a un terreno que no suelo frecuentar, el power metal. Por otra parte, esta vez la reseña va a ser doble, en el sentido de que compararé el disco presentado con otro álbum distinto para que a través de la contraposición emerjan facetas que quizá no resulten tan visibles abordándolas directamente. El disco presentado en esta ocasión lleva por título Irae Melanox (1988), y es la ópera prima de un grupo italiano de los años ochenta relativamente desconocido que lo publicó poco antes de disolverse, llamado Adramelch. La historia de cómo di con este álbum, cuyas canciones pueden escucharse por separado a través de YouTube, tal vez merezca ser contada. En los comentarios a una reseña publicada en deathmetal.org hace unos meses, un lector dio inicio a una conversación acerca del power metal, insistiendo en que se trata de un género originalmente ochentero y no noventero como mucha gente piensa, y enumerando una serie de discos que captaron la esencia del género emergente entre los años 1985 y 1989. El hecho de que ni uno solo de entre la docena de grupos mencionados me sonara de nada suscitó mi curiosidad. Más adelante, varios lectores respondieron a ello nombrando a Adramelch y coincidiendo en la genialidad de su disco Irae Melanox, así que me decidí a empezar por éste. Posteriormente he escuchado algunos más, pero ninguno ha estado a la altura de la honda impresión que causaron en mí los italianos.


Adramelch - Irae Melanox (Metal Master Records, 1988)


 Como he dicho, la reseña va a ser doble, y esto se debe a que al mismo tiempo que encontraba la joya oculta que constituye Irae Melanox también redescubrí otro disco con el que tiene mucho en común, tanto en elementos similares como diametralmente opuestos: Symphony of Enchanted Lands (1998), quizá el disco más conocido de los célebres Rhapsody (of Fire, de un tiempo a esta parte). Ambos grupos son italianos (los primeros de Milán, los segundos de Trieste), y los dos militan dentro del género del power metal. Aquí se acaban las similitudes: Adramelch es un grupo que pocos recuerdan (a pesar de haber vuelto a juntarse en 2005 y haber grabado un par de discos desde entonces) mientras que Rhapsody es un gran nombre del heavy metal comercial con una decena de trabajos a sus espaldas. Adramelch existió en los años ochenta y Rhapsody es un producto claramente noventero. El lapso temporal que separa ambos discos es de 10 años exactos, la distancia justa que media entre la época clásica del power metal y la era de finales de los noventa en la que el género estaba ya fraguado y consolidado. Contemplados en su contexto, mi impresión es que Irae Melanox fue algo asombroso e inusual, mientras que Symphony of Enchanted Lands era todo lo que podía esperarse de un grupo de power metal, una apoteosis del género en su versión noventera, pero sin dejar espacio alguno para la sorpresa. La gran diferencia entre ambos estriba en que Adramelch aún construyen sus canciones a base de riffs, muchos de ellos sorprendentes, mientras que Rhapsody ceden ya a la tendencia barroca posterior de enterrar los riffs bajo toneladas de arreglos y teclados que conforman un batiburrillo llamativo y variado pero sin una estructura clara. El resultado es que la música de Rhapsody parece la banda sonora de una película de aventuras épicas o un videojuego de rol (a veces uno no sabe si está escuchando Blackmore's Night o la banda sonora de Holy Grail de los Monty Python), mientras que la de Adramelch se sostiene por sí sola por su poder evocador y sus canciones con personalidad.




 Llegados a este punto, hay que romper una lanza en favor de Rhapsody por respeto a la objetividad. Es indudable que los músicos que lo conforman/conformaban son musicalmente muy superiores: Fabio Lione es un cantante soberbio, Alex Staropoli maneja los teclados con gran habilidad y Luca Turilli no tiene rival en los solos. No obstante, la composición se resiente de una fragmentación excesiva, las distintas partes difieren demasiado entre sí como para constituir una unidad, con frecuencia los riffs de guitarra se limitan a ser acordes de soporte para las melodías de teclado y la batería se rinde al característico doble bombo sempiterno que hunde las canciones en una monotonía epiléptica al fracasar en su ilusión imposible de crear un crescendo infinito. Los arreglos y elementos dispares están manifiestamente cuidados y trabajados, pero al aglomerarse en una masa indistinta conforman un vendaval tan caótico como disperso, que echa a perder las buenas cualidades al tratar de sacarlas a relucir todas a la vez. La voz de Lione, presentada como factor principal por encima de todo lo demás, hace que nos encontremos ante un formato que sin pretenderlo se acaba asemejando al esquema del pop: un cantante con acompañamiento de fondo.

 Por su parte, siendo un grupo mucho más modesto sin guitarristas virtuosos ni influencias clasicistas, Adramelch saca más partido de sus guitarras al dejar que lleven el peso de las composiciones, a base de riffs estupendos en perfecta sucesión, que mantienen la tensión y guían la narración, oscilando entre un heavy metal potente y cierto gusto progresivo al hacer evolucionar paulatinamente los mismos motivos durante largos intervalos sin partes cantadas. Interpretadas por Vittorio Ballerio, un cantante que no es tan bueno como Fabio Lione pero se defiende bastante bien en su género, las voces tienen sus propias melodías, tan interesantes como las de guitarra, a las que completan en pie de igualdad, lo que redunda en temas sólidos y memorables. Llama también la atención que Adramelch prácticamente no utilice teclados; se basta con la voz y las guitarras para conformar un disco melódico y épico que no cae en la linealidad que a menudo conlleva el abuso del teclado. La producción es bastante precaria y da a entender que el presupuesto del grupo en aquella época era más bien reducido, pero la música es tan brillante que eclipsa las carencias técnicas, máxime cuando cada canción es mejor que la anterior. Y es que, como suele ocurrir en la música, lo importante es la composición: los temas son muy buenos y ganan con cada escucha, a medida que uno se olvida de la superficie para zambullirse en el fondo. Así que ya saben, sean o no fans de la música de Rhapsody, si aún tienen oído para el heavy metal gritón y luminoso de los ochenta, denle una escucha a este disco de Adramelch, lo más seguro es que no se arrepientan.


Belisario, marzo de 2015





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